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Hamaquita Rocker Nemo de Bright Stars. Consejos de una madre en apuros. Por Flor Enjuto.

HAMAQUITA ROCKER NEMO DE BRIGHT STARS

Hay deseos que los carga el diablo y eso es lo que me pasó a mí cuando le pedí a los chicos de El Planeta del Bebé que me regalaran una hamaquita: La Rocker Nemo de Bright Stars, para el pelirrojo número 2, que a sus tres meses es un chaval la mar de espabilado que sólo quiere clavarme las pupilas como en un interrogatorio de la inteligencia iraquí y lanzarme gorgojeos que hasta le hacen vomitar de tanta intensidad.

Así que pensé que dado que ya no quiere capazo y se harta de sillita a los tres nanosegundos, igual era una buena idea tener esta hamaquita Nemo de Bright Stars como una tercera alternativa donde sentarle a ver mundo mientras una servidora hace como que limpia o trabaja un poco en el ordenador o se hace la muerta en el sofá –esto último es en realidad un utopía que pienso alcanzar muy pronto antes de acabar con agotamiento crónico y con un grado severo de trastorno mental por estrés-.

Por eso me decidí por una hamaquita, como la que tuvo la pelirroja cuando era bebé y no hablaba –qué tiempos aquellos-, que yo la sentaba allí y entre las luces y el balanceo no había niña y todo era felicidad para mi persona. Y a pesar de que una que no está muy bien de lo suyo y de que pierde memoria al mismo ritmo que tersura epidérmica, logró acordarse de aquello, tirar de experiencia de madre experta –condecoración que me otorgaron tras el segundo parto pelirrojil- y usarla en mi propio beneficio. De nota, oiga. Al menos para mí, que estoy en el cupo de las amebas mentales.

Así que cuando la hamaquita Rocker Nemo llegó a casa todo fue felicidad. Era tan bonita. Con unos colores muy vivos, con dibujitos de Nemo y hasta con unas figuritas colgando de un arco para que el pequeño de la casa pudiera clavarle las pupilas a alguien más y dejarme vivir un rato.

El aspirante a pelirrojo –porque aún no se ha definido con ese extraño rubio anaranjado que me luce- no aceptó de buen grado su nuevo espacio de confort porque me temo que tiene suficiente profundidad y queda demasiado en el aire –con lo que a él le gusta un achuchamiento- y empezó a estirarse y a dar patadas como si le estuvieran dando convulsiones, lo que ocasionaba que la tortuga y el Nemo que había colgado en el arco, se movieran como si una fuerza demoníaca los controlara, dando vueltas sobre sí mismos como una peonza, así que me vi obligada a arrancar el arco antes de que la minitortuga acabara estampándose en la frente del chiquillo y dejé la hamaquita ‘pelá’ que diría mi abuela, no fuera que acabáramos saliendo en Cuarto Milenio, con el miedo que a mí me dan estas cosas.

Así que lo senté a ver la tele –muy didáctico, sí, lo sé- y se quedó contento, extrañado, pero contento y justo cuando iba a empezar de nuevo con el pataleo lucha libre mexicana, le puse la opción vibratoria y se ve que le gustó, primero se quedó ligeramente aterrorizado, mirando hacia todos los lados en busca de la causa de aquel movimiento sísmico, pero luego empezó a cogerle el gustillo y se quedó relajado –como yo antes de mi era maternal- y no hubo niño durante casi una hora.

Hasta aquí todo hubiera estado bien, si no fuera porque una es madre múltiple y tiene una pelirroja como primogénita, que si bien la pierde de vista cuatro horas al día –demos gracias al señor por tanta generosidad- vuelve a casa cada día con las pilas recargadas nivel dopaje y no hay quien la siente ni la calle hasta que se duerma y a veces ni siquiera entonces. Que mi niña tiene mucha labia y me encanta que sea tan ‘salá’ aunque eso me provoque una sobredosis de ibuprofeno diaria.

La cuestión es que la pelirroja llegó y vio el nuevo artilugio y a su amadísimo hermano sentado encima –sin atar mea culpa, pero es que el niño tiene la piel muy delicada y las correas le rozan el cuello- y le faltó tiempo para lanzarse encima a echarle todos los tirabuzones en la cara, a encanijarlo a besos y lo que es peor, a echar todo el peso sobre la hamaquita, hasta el punto que estuvo a una pulgada de lanzar al hermano contra el televisor como en una catapulta infernal y claro, el muchacho que es un bebé, pero que de tonto no tiene un pelo, empezó a dar alaridos al ver en riesgo su integridad física y ahora se niega a usarla si tiene a la hermana delante. Como os lo digo. Y no le culpo que yo perdí 400 gramos del disgusto de casi ver a mi micropelirrojo estrellado contra la tele.

Así que ahora usamos la hamaquita Rocker Nemo sólo en horario escolar, es decir, cuando no está la pelirroja senior y disfruta como el que más como si estuviera en una playa balinesa, pero es oír el timbre y pegar un respingo y ponerse violento hasta que lo cojo. Que otra cosa no, pero listo es un rato.

Instinto de supervivencia creo que lo llaman.