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Patín Buggyboard Mini. Consejos de una madre en apuros. Por Flor Enjuto.

PATIN BUGGYBOARD MINI DE LASCAR

Como la vida de bimadre es muy dura en casa, con la pelirroja saltando de un lado para otro, vestida de princesa y en tacones y amenazando la integridad física del hermanísimo a base de achuchones nivel oso pardo y besuqueo sin fin -que el chiquillo es verla aparecer y gritar de espanto ante tanto amor-, decido tirarme a las calles. Casi siempre. Sin mirar atrás. Lo que viene a ser una huida hacia adelante, que como día mi abuela ‘mientras vas y vienes, vida tienes’ y de paso, agoto a los pelirrojos y cuando vuelvo casi parecen niños normales. Casi. Que tampoco quiero engañar a nadie.

El problema es que la pelirroja es muy vaga –que en algo tenía que parecerse a su madre- y se cansa antes de cerrar la puerta del portal, de ahí que siempre llevara la sillita de paseo porque antes muerta que echarme a las espaldas los 24 kilazos de hija –lo que me faltaba para el encame- pero claro, ahora tenemos hermanísimo y, por ende, otro carro del que tirar, así que a la pelirroja le toca ir andando y, claro, a los cinco minutos de paseo tenemos drama.

Así que los de El Planeta del Bebé, que son muy majos y saben de mi malvivir, me hicieron llegar un patín ‘Buggy Board’ de Lascal para enganchar al carro y en el que pudiera subirse la pelirroja para ir deslizada por la vida a cualquier destino, evitándome sus quejas con argumentos surrealistas –que mezclan en la misma frase a los Reyes Magos, a Dora la Exploradora y al vecino del tercero-, sus ensordecedoras llantinas sin fin –que traspasan la barrera del sonido y del buen gusto- y la amenaza de una alopecia galopante fruto del estrés maternal que me acecha.

De hecho, lo cogimos con tantas ganas, que antes de que el mensajero cerrara la puerta ya lo teníamos instalado el patín ‘Buggy Board’, que el pater es muy eficiente cuando quiere y más cuando ya ha perdido tres centímetros de altura por llevar a la niña en hombros cada vez que le entra la flojera. O sea, siempre.

Y desde entonces todo es felicidad porque puedo hacerme el Camino de Santiago si quiero con los dos churumbeles recolgados, sin tener que detenerme en cada esquina a negociar un intercambio de rehenes -200 metros más a cambio de un helado- ni pararme cada cuatro pasos para dar ánimos a la pelirroja como si fuera Indurain en el Giro, sino que todo es facilidad y deslizamiento.

Eso sí, al tener una niña gigante –aunque no me coma y la pediatra no me crea- cuando la monto al patín, tengo que usar los gadgetobrazos para poder abarcar todo su ser, que la niña tiene talla de 6 años y de ahí que en esas ocasiones mis andares sean rarunos como de un forzudo de gimnasio de ésos que van con los brazos abiertos como si estuvieran escocidos… pero, vamos, ya puestos con la mala cara de ‘llevounavidasindormir’ y los pelos de Helena Bonham Carter que tengo, llevar los brazos abiertos es pecata minuta, aunque eso sí, temo que me confundan con algún moderno intenso de ésos que reparten abrazos por la calle y algún majara se me eche encima. Con lo cansada que yo estoy.

El único problema es que ahora todos quieren subirse un rato en el patín ‘Buggy Board’ de Lascal y los primísimos se matan vivos nivel Pressing Catch por deslizarse un rato en el nuevo objeto de deseo, que un día de estos me van a volcar el carro de tanto ímpetu y van a lanzar al pobre hermanísimo a la acera de enfrente como en una catapulta infernal.

Y es que dicen que es tan cómodo y tan divertido que estoy por pedirle al pater que me pasee un rato a mí.

Ahora sólo falta que los vecinos no me tomen por loca.

Por más loca, quiero decir.