Una de la cosas que más me sorprendieron cuando me inicié en esta agotadora faceta maternal fue, además de la capacidad del cuerpo humano para sobrevivir sin horas de sueño ni vida social alguna más allá de los parques de bolas, cómo situaciones aparentemente sencillas, que no entrañan riesgo alguno, se convierten en auténticos infiernos, como cuando en una peli una muchacha se va a relajarse a una casa en el campo y antes de que pueda encender la chimenea viene un tipo con una careta terrorífica y le arranca la cabeza con un hacha de tres metros sin comerlo ni beberlo. Pues más o menos eso pero en versión hora del baño.
La culpa también la tuvieron los anuncios de colonias, que te presentaban a esos niños rollizos y sonrientes -que nunca tienen cólico del lactante ni ganas de dar guerra como los nuestros- disfrutando de un baño plácido donde la mamá le cantaba canciones de cuna mientras lo enjabonaba y el niño sonreía y se dejaba dar masajes con aceite para quedarse sopa antes de que le pusieran el pañal.
Pues claro, una se hace madre y se compra su bañerita dispuesta a emular a la madre aquella… y todo es caos, sobre todo cuando el nene se hace grande y empieza a patalear como Ronaldo y meterlo en la bañerita es arriesgarte a sufrir un tsunami nivel extreme que te alcance el agua hasta la mesa de comedor. De ahí que me pusiera tan contenta cuando los chicos de El Planeta del Bebé me regalaron un asiento soporte de baño reclinable de Saro para acoplar en la bañera y donde el peque pudiera dar rienda suelta a su afán futbolístico sin hacerme peligrar la instalación eléctrica del piso.
Pero claro, en esta casa de locos en la que vivimos nada puede relajado, así que ahora que el nene se nos había acostumbrado a la sillita de Saro y era feliz y no teníamos la presa del Limonero junto al bidé y casi teníamos un baño relajante, va la pelirroja y se entera del asunto -y mira que se lo ocultamos cual malos padres- y antes de atar cabos ya la teníamos en el baño sin braguitas dispuesta a compartir bañera con el hermanísimo y acabar de dejarme calva del disgusto.
Así que el pater, que es el poli bueno de la casa, acopla el asiento soporte de baño de Saro y coloca al pelirrojo, llena la bañera y mete a la loca de la hermana y a partir de ahí todo es caos porque el niño que es pequeño pero no tonto, le ve los ojos a la muerte cada vez que la hermana le mete un refregón con la esponja que a punto está de desollármelo, angelito mío, eso sin contar con los crecimientos de marea cada vez que la pelirroja hace la sirena con esta limitada agilidad que dios le ha dado, que me dejan a Cigoto al borde del ahogamiento cada dos por tres, pero contento a pesar de las muecas de pavor absoluto.
Aunque la que verdaderamente está contenta es la pelirroja y no sólo porque puede bañarse con el hermano gracias al soporte reclinable de Saro, sino porque a ella le han regalado una Visera de baño Planet Baby, de ésas que evitan que le caiga agua en los ojos mientras se le lava la cabeza porque mire usted, yo no sé las otras niñas, pero a la mía es caerle agua en los ojos y es como si la emborrizaran en ácido, que un día los vecinos van a llamar a la Policía creyendo que la estoy torturando. Así que ahora con su visera, es feliz porque puedo lavarle la cabeza medianamente tranquila sin tener que perseguirla por la bañera para poder enjabonarla.
Eso sí el pequeño se ha dado cuenta de que aquello debe de ser un nuevo objeto de culto y ahora está que no vive con la visera, tanto que cuando la hermana hace la sirena y le acerca inocentemente la cabeza, él se apoya en la parte delantera de la sillita y hasta levanta el culo para tratar de arrancársela cual mandril gibraltareño. Tanto así que el otro día consiguió engancharla y casi le arranca un mechón de pelos a la pelirroja con tal de llevarse la visera, menos mal que estaba allí el pater, que aún tiene algunos reflejos intactos, -no como a mí que ya sólo me quedan tres conexiones neuronales- porque si no, ya me estaba viendo pagándole a la niña un injerto de pelo en el flequillo como el del Elton John. Con lo que caro que está ahora el funículo.